domingo, 23 de mayo de 2010

Victoria (extracto)




"...A las once de la mañana llegaban los pescadores con los botes llenos, yo esperaba que vendieran todo, entonces -como me conocían- al quedar poco pescado preferían irse y me los regalaban atados con un junco; a veces me daban diez por cincuenta pesos, sólo por cobrarme algo. Al llegar con este “trofeo a la simpatía” a casa antes de las doce del día, yo me transformaba en un héroe,  mi abuela me adoraba y  contaba esta hazaña a todos. Yo era su gran nieto con personalidad.
Otros días me gustaba ir  a meterme entre las rocas durante la marea baja y explorar lo que el agua había dejado cautivo entre los recovecos de piedra. Nunca dejaba de quedarme mirando por mucho tiempo  la forma hilada de troncos petrificados que tenían algunas rocas y pensaba que eso ya estaba ahí hace miles de años, eso era una revelación en mi mente infantil.
Después de una hora de rastrojear, me sentaba en una roca  -la misma siempre-  y contemplaba la bahía y los pájaros en picada hasta la superficie, los trocitos de algas verdes que flotaban y el agua calmada. Este era el momento de soñar…
Lo que más viene a mi mente es tener once años y ver mi rostro de niño reflejado en los espejos de agua formados por las rocas, mirando los cerros que rodeaban la bahía recordando a mi compañera del colegio que me gustaba, la misma por años… sacando la cuenta de cuánto faltaba para volver a verla cuando regresáramos al colegio. Los colores de estos recuerdos son siempre anaranjados y mi pelo está un poco más largo y claro que en invierno; y mi piel más oscura.
Junto a mí  está mi playa elevada de arena clara y los bosques verdes detrás, para cuando estuviera  nublado me metiera en sus misteriosas huellas a recorrerlo por el día entero. En esos senderos a veces encontraba respuestas a preguntas que nunca me había planteado, desconocidas para mí, descubriendo formas  entre las ramas y el cielo que sugerían presencias creadas por mí  y que acompañaban mi caminata.
Venían entonces las olas de recuerdos e imaginación. Cantaba canciones que inventaba  en el momento con las cosas que estaban a mi vista, mezclando esas imágenes del paraíso con mis sensaciones pasajeras, casi siempre marcadas por la soledad. Cantaba canciones de hombres y mujeres caminando hacia el horizonte y de un grupo de hombrecitos que a veces venían a buscarme en la noche para salir a recorrer lugares desconocidos para mí. Cantaba canciones que preguntaban del por qué  de las cosas que no  tenía y cómo hacían los demás para verse satisfechos y felices.  Eran melodías monotonales que fraseaban con cadencia de danza. Veía mi cuerpo languideciendo hacia el lado izquierdo y mis brazos cubriendo el lado derecho de mi rostro..."


"...Debo contar estos detalles que me han hecho ver lo pequeño que soy ante otros seres, en particular  ante aquella niña, mi compañera de curso de hombros angostos, a quien conocí a los 8 años, cuando la vi por primera vez llegar a clases, con su bolsita para flauta bajo el brazo y a quien nunca he olvidado..."


"...Hace un par de meses, caminando por el Parque de las Olas, alguien me habló; como no soy oriundo de esta ciudad, me extrañó escuchar mi nombre a viva voz. Al darme vuelta, miré y traté de distinguir un rostro conocido. Una mujer me dijo:
-Soy yo, Victoria
Dudé un momento sin poder creer que era La Victoria que yo pensaba. Era ella, mi compañera con la que soñaba en los veranos, mi amor de niño-adolescente, estaba frente a mí y yo sólo pude esbozar una sonrisa incrédula.
Fue como una aparición, estaba igual de bonita que cuando niños. Su cabello era más hermoso y también su forma de moverse era la misma. Ella tenía los ojos bellos que me miraban desde el banco de más atrás mientras yo intentaba darme vuelta sin llamar la atención de nadie  y poder verla sin ser molestado. Era tan sencilla y suave; y hoy, frente a mí, se veía igual. Traía puesto  un delicado pañuelo que adornaba la S de su cuello y su rostro luminoso de niña….todo venía con ella. Tuve que contenerme y evitar soltar una lágrima de emoción mirando justo arriba de sus ojos, en el medio de su frente, donde su aura era amarilla y celestial.
Nos saludamos con un abrazo fuerte cuidando de hacer sentir al otro el cariño que ambos habíamos sentido mutuamente en el colegio y que tal vez, a ella como a mí, nos había hecho falta desde hacía muchos años..."


"... Le envié un mensaje sin saber si ella lo recibiría, hasta que un buen día recibí de vuelta un mensaje escrito por ella, en el que me decía que me avisaría su próxima visita a la ciudad  para pasar un día juntos..."


"...Corté y no podía creerlo, en cinco o seis horas más estaría con Victoria.

Traté de dormir, ella  llamó cuando venía a mitad de camino y ya amanecía, no pude dormir más. Me quedé mirando el techo y entré en la ducha durante una hora para  estar  bien despierto.

En esas horas de espera sentía el amor de ella, la imaginaba viajando, conduciendo toda la noche para estar conmigo. La recordaba de niños, siempre casi imperceptible entre los demás, lejana al ruido y amable con todos, y de cuando me contaba que estando a veces triste, se subía  a su níspero a esperar que se le pasara la pena.

Estas eran las horas en que trataba de resignarme a todas las penas, las derrotas y momentos de duda y cambiarlos por la gracia de sentir cómo, finalmente, tenía el regalo de Victoria en mi vida.
No sabía por qué había tenido que esperar tanto, ni por qué -siendo ella una mujer hermosa y buena- revelaba tanto sufrimiento y soledad. Mi misión en la vida parecía aproximarse, que era ser y hacer feliz a Victoria, con quien me cruzaba por segunda vez en la vida, a los treinta y tres años.
No había tenido tiempo de verla bien en la ocasión que estuvimos juntos, pero recuerdo claramente su expresión vivaz y graciosa. Trataba de imaginar cómo se vería su cabello exuberante y suelto ahora siendo adultos, viéndola hoy…como casi por primera vez en mi vida.
En la última hora de espera me recosté sobre el sofá y puse mi disco de cabecera de los Beatles y escuché una y otra vez “The Long and Winding Road”, entendiendo después de oírla varias veces, que sería  ella quien realmente me llevaría  hasta su puerta, tomando mi mano con la suya pequeña, mostrándome cómo debía vivir después de haber errado tantas veces.
Esta etapa sería el puente en cuyo extremo lejano  yo  me vería también traicionando su nobleza al no poder evitar evidenciar los  fantasmas que me asolaban desde mi niñez, y que en mi pequeñez orgullosa no había sido capaz de enfrentar sabiamente, para así no dañar a quienes me amaban..."

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