sábado, 19 de junio de 2010

La Ciudad del Viento. Cuarta Parte. La Isla de los Cantos Celestes (extracto)


                        La Isla de los Cantos Celestes

                                                                                                          20 de Marzo de 1985

Anoche hubo una fuerte tormenta, la lluvia traía olor de azufre. Cientos de  serpientes gigantes se elevaban desde  la superficie dejándose caer sobre mí como espadas; rasgaban mis brazos y perforaban la cubierta de mi barco.

Era mi primera batalla en el Gran Lago, nunca sentí miedo antes de aquella noche; desposeído de armas y con uno de mis remos hecho lanza, luché contra sus lenguas venciendo a la muerte acechándome desde todos los flancos.

En un momento de descuido fui  asestado en la espalda por una lengua que atravesó mi cuerpo cuyo veneno comenzó a producirme alucinaciones; desde entonces perdí la noción del tiempo y sólo fui guiado por el  toro alado que esculpí en la cabina del barco para salvarme de los certeros ataques de las cristales.


En la batalla perdí uno de mis remos y debí refugiarme en la cabina confiando en el toro alado que me protegía de los espíritus malignos. Después de esperar toda la noche, finalmente comenzó a tornarse el cielo azul otra vez. El nuevo paisaje era parecido a una marina pintada que había en la sala de mi casa y se presentaba estático frente a mí.

Al asomarme a cubierta me vi rodeando una isla, a la gira en torno a un pedazo de tierra desde donde venían cantos y  sonidos de letanía acompañados de lamentos tenebrosos de tritonos.

Remando sólo en un sentido comencé a acercarme a la isla desde donde cada vez más se sentían los cantos penitentes.

Nunca vi un paisaje tan pavoroso. Había cuerpos delgados, cadavéricos, sosteniendo flautines de madera; amarrados todos en fila,  tocando tritonos escalofriantes. Otros, gemían el temible canto de la muerte arrastrando grandes rocas hasta la cima de una pirámide que se elevaba más allá de mi vista. Todos ellos emergían desde una cantera ocre que expelía vapores blanquecinos en donde las rocas eran esculpidas hasta tomar forma de gigantescos cubos.

Al comienzo de las escaleras que conducían a lo alto podía ver guillotinas,  que seguramente eran usadas para decapitar a aquellos que no podían seguir avanzando. Todos los cuerpos eran fustigados con látigos de piel y acero por hombres con cabezas de pájaro hasta llegar con las rocas  a la cima.

Uno de los capataces -más alto que los demás-  permanecía en una atalaya de  almenas de oro, golpeando incesantemente un tambor que marcaba los compaces del tormento. La tortura era continua en la planicie gris desde donde emergían fumarolas de azufre quemando los cuerpos moribundos.

La imagen obscena me hizo vomitar lo  que quedaba en mi estómago del día anterior. Mis piernas comenzaron a temblar hasta no poder sostenerme en pie cuando vi que todos los esclavos del ghetto tenían mi rostro.

Con mi aliento corto y arrítmico comencé a rezar suplicando por mi salvación. Me arrastré hasta la cabina otra vez sin poder mover mis piernas y comencé a llamar al niño que me acompañaba silenciosamente en mi imaginación.

Toda materia pareció licuarse con mi peso, volvieron las alucinaciones del veneno; mis codos se hundían y caí en un abismo de agua que parecía no terminar jamás. Grité, pero no escuchaba mi voz. Cuando pensé que ya había llegado al fondo, las corrientes comenzaron  castigarme con furia. Abracé mis piernas y me dejé arrastrar por ellas hasta ser golpeado contra las rocas de la isla.  No recuerdo más hasta haber despertado yaciendo en la orilla de una isla ya desierta donde aún había cenizas candentes y una pirámide abandonada. Por mi nariz salían gusanos transparentes que me impedían respirar, eran miles de pequeñas serpientes que volvían a clavarse en mi piel. Como pude, me arrojé sobre las cenizas para quemarlas, sufriendo yo también el terrible dolor de las arenas incandescentes calcinando mi piel. El dolor era tanto que ya no podía reaccionar y quedé tendido hasta poder reincorporarme y volver al agua a aliviar mis heridas.

Después de sumergirme durante horas comencé a tocar todo mi cuerpo buscando los signos del  maltrato. Al deslizar mi mano por mi barbilla pude notar pequeñas hendiduras a los costados de mi cuello; al tacto tenían la similitud a las branquias de un pez.

Me detuve a pensar en mis plegarias y la horrible noche anterior hasta mi hundimiento en el abismo acuático. Recordé  la Ciudad del Viento asolada por serpientes y en mi banco de arena abandonado bajo la barbarie de las cristales. Caminé hasta la orilla de la playa y me senté a llorar por la pequeña de cabellos rizados que había descubierto una flor creciendo en lo arenales; como antes, escuché su voz quebradiza que cada día parecía esconderse tras un bosque desde donde me hablaba con temor y, al verme aún vivo, sentí la gracia de Dios  después de haberme sumergido en alucinaciones y perdido la consciencia. Tenía la gracia
de los peces, de vivir bajo el agua; ahora debía  comenzar a buscar mi barco y el camino que me conduciría a desovar nuevamente la vida, sin saber que aún me esperaba una nueva batalla, tal vez en la isla, o tal vez en el cielo.

Miré mi reloj que aún andaba; me extraño ver que la fecha que marcaba era el 20 de Marzo de 2010, justo 25 años después del día en que conocí la muerte de frente amenazando con llevarse mi alma.

Permanecí todo un día en la orilla descansando  y entibiando mis huesos fríos al sol. Caída la noche me fui en busca de las canteras en donde encontraría refugio. Al otro día debía buscar mi barco para poder salir de este panteón donde no había  más que restos muertos y mazmorras lúgubres decoradas con inscripciones crípticas de eras pasadas.

El efecto del veneno aún permanecía en mi cuerpo y cada paso era corto y lento, mi espalada estaba encorvada y mi cabello quemado. Más que nunca pensaba en el paraíso de flores en medio del río y el canto suave de la celesta en mis oídos. Ya no había puentes para volver, sólo mi barco me sacaría de la Isla de los cantos Celestes.

Entre las ruinas encontré una roca con forma de cuerpo, bajo el nivel del piso. Parecía un foso cavado para un capataz de la clase regente, pues los esclavos eran incinerados o echados al lago después de morir.

Recordé la roca en languidecía en mi playa de niño mientras contemplaba la playa. Fue el lugar que escogí para pasar la noche.

Antes de dormir tome una piedra filuda y escribí esta inscripción en la pared de mi guarida recordando mi ciudad

                                                    
                                                                                     Espejo

He estado pensando en cuál es mi lugar,
desde donde te observo.

Necesito conocerme más,
saber quién soy en lo más profundo. Tú me estás mostrando esto; necesito crecer y cambiar.

Quiero que tu nobleza pueda resonar en mí,
quiero que mis colores se puedan parecer a los tuyos,
y que mi amor sea obra en tus manos.


A las 7 de la mañana desperté sin recordar nada de lo soñado la noche anterior y me sentía aún cansado. Apenas recordé una imagen vaga de mi barco varado en la playa, ocupado por cietnos de pájaros para anidar. 

No  había comido en tres días ni bebido agua, volvieron las  alucinaciones otra vez, el veneno y la falta de alimento estuvieron a punto de matarme. Pensé en mi compañero, el pequeño niño que estuvo junto a mí los últimos días  navegando en el Gran Lago y  su imagen me dio el último aliento para salir de ese lugar.

Descendí a la playa entre la niebla, buscando la imagen de mi barco revelada en mis sueños; al pensar en cuanto tiempo había pasado, creí imposible hallarlo.

A  medida que avanzaba, el paisaje de iba abriendo y se disipaba la niebla frente a mí, entonces, escuché un suave sonido de agua, miré hacia mi lado y  ví como  esta bajaba por un surco; mi desesperación casi me llevó a beberla, sin pensar en que  estaba seguramente infectada por los cuerpos descompuestos de hombres que vieron su última luz bebiendo un sorbo de su caudal.

Me acerqué a una ladera de rocas que bordeaban el camino y tomé un puñado de helechos creciendo en una cueva, los apreté con fuerza sobre mi boca y tuve para mí el agua de niebla que atrapaban en la noche, tomé tanta como pude hasta saciarme; después, me senté a tomar aliento para continuar bajando hacia la playa.

Caminé un par de horas hasta que pude divisar una mancha verde en la playa y lo que parecía ser mi barco en medio de ella, tal cual se me había revelado en mi sueño. Apuré mis pasos hasta él y encontré nuevamente mi lugar, mi barco compañero en la batalla.

Subí a cubierta y en ella estaba el  pequeño niño durmiendo; pensé que esto era una alucinación del veneno y me acerqué a tocarlo; estaba tibio y despertó cuando acaricié su cabello. Me dijo:

-Llevo tiempo esperándote aquí, pensé que no vendrías nunca.

-No sabía que me esperabas, yo estuve perdido después de hundirme en el lago y fui arrastrado hasta la isla.

-Han pasado veinticinco años desde aquel día en que me abrazaste ¿Por qué ahora me puedes ver y antes no? Yo siempre estuve aquí.

-No lo se, debes preguntar menos cosas y estar tranquilo pues no dejaré de verte más y seremos compañeros en la travesía.

¿Podremos encontrar a mi padre?

-Si Dios lo quiere así, lo encontraremos.

-Pero Dios es quien me dejo a merced de los hombres con cabeza de pájaro.

-Sí, y es él quien te ha devuelto la esperanza de volver junto a tu padre y a mí la gracia de acompañarte.

-¿Qué buscas tú en el Gran Lago?

-Un tesoro, un oboe que el río se llevó de mis bancos de arena.

-Por qué has arriesgado tu vida por un oboe, no sería más seguro conseguir otro.

-Tal vez, pero mi oboe y yo éramos uno y si no lo encuentro, ya nunca volveré a querer uno.

-Eres obstinado, mejor piensa en el ahora y regresa a tus bancos, llevándome a mi contigo.

-No, no regresaré sino hasta saber de él, la vida te enseñará que ciertas cosas son irremplazables.

El niño guardo silencio y quedó cavilando con esta última frase y me dijo:

-Yo seré tu compañero, vigilaré desde la proa por si tu tesoro se asoma entre las aguas y si quieres me lanzare a ellas para rescatarlo.

-Gracias, prefiero ser yo quien se arriesgue y que continúes tu camino en busca de tu padre, yo sabré volver a cubierta para regresar a la Ciudad del Viento.



Para volver a zarpar debimos limpiar el barco de los restos de aves y esperar que subieran las aguas y así poder empujar nuestra nave de vuelta al lago. Nos ayudamos con cuatro troncos secos que encontramos entre las cenizas y empujamos el barco durante horas hasta devolverlo a flote.

Una vez internado en el lago comencé a reconocer en este pequeño cosas que veía en mi, era obstinado, valiente y paciente. Por algún motivo me había esperado en cubierta sin saber cuando yo volvería, aunque el parecía saber todo lo ocurrido en mis veinticinco años de ausencia; no me preguntó nada, sólo en ocasiones observaba mis heridas y las branquias que habían salido a los costados de mi cuello, pero nunca hizo una sola pregunta.

Pude hacer una caña para pescar con los restos del remo que había salvado de la batalla, gracias a ella podríamos alimentarnos.

Al medio día pude conseguir unos peces que comimos crudos y sabían bastante buenos, al niño no parecía importarle, él sólo me observaba y de cuando en cuando esbozaba una sonrisa.

-Me agrada estar contigo –me dijo-

-Eres valiente y solitario, yo también soy valiente y solitario, imagínate que hace veinticinco años que estoy solo, no he crecido y nunca nadie me ha dicho nada bueno de mí, además debo jugar solo y no tengo a quien decir lo que pienso de las cosas y -como tú eres parecido a mí- no tiene sentido hablar, sería como estar siempre esperando una afirmación y eso es aburrido; por eso prefiero observarte y aprender de ti, de lo que haces y decides, de cómo enfrentas el lago, del porqué estas buscando con tanta ansiedad tu oboe, debe ser que lo amas o que has perdido el rumbo al no estar con él.

-No se por qué haces esas preguntas, tal vez deberías preguntarte si podrías haber aprendido algo más en tus veinticinco años de soledad y abandono, si tal vez hay cosas que quisieras haber hecho distintas o haberte acercado a los hombres.

-Nunca me sentí parte de su especie, cuando me raptaron, robaron mi alma y entonces ya los demás no me veían y cada cosa que quise hacer resultaba un fracaso, mientras yo permanecí en silencio y observando sin crecer.
Después de dicho esto el niño tomo mi cuchillo y junto a mi toro alado escribió una plegaria.


Aplaca Señor mi miseria, levántame del fango y empuja mi barco hasta el lago de tus misterios. Acompaña mi soledad de aparecido y fúndeme con la niebla que avanza lento hacia tus valles de agua mansa.
Dame la gracia de los peces y las aves; dame la gracia de volver al vientre que me anidó y dónde volveré a desovar la vida.

Mis lágrimas brotaron al leer sus palabras llenas de una vida de  largo dolor, no me explicaba cómo él, tan pequeño, vivía esa tristeza. Volví a abrazarlo como la primera vez y él sonrió tímidamente apoyándose en  mi pecho, sintiendo ambos una  unión sublime en una sola alma. Desde entonces fue mi alma la que comenzó a vivir en el cuerpo de este niño.

Esa tarde, nos sentamos en la proa a observar como avanzábamos hacia lo que parecía ser otra isla, que a diferencia de la anterior tenia colores verdes selváticos y gigantescos riscos donde crecía vegetación. Él me dijo:

Hacia allá debemos ir, ahí encontraremos el misterio que nos ha traído hasta aquí. Confía en mí, también tú encontrarás tu tesoro y podremos finalmente regresar a casa.

Sus palabras parecían venir de la boca de un sabio, y decidí dejarme guiar por él hacia la isla verde que se acercaba.

lunes, 7 de junio de 2010

Plegaria (extracto)






 Es mi último atardecer en los silencios de mis arenales que ahora quedan atrás; he vencido la pesadumbre de los pantanos en medio de la furia del viento. Mi piel está gruesa y áspera y me encomiendo a Dios y su misericordia. 

 El aire se enfría cada vez que mis remos penetran en el agua y el cauce queda atrás abriendo paso al lago profundo. Cada vez es más difícil remar y ya no existe tras de mí el faro; ahora me alejo de él y es el horizonte y el sonido de las olas que me dicen que existo en esta inmensidad.

Escribo esta plegaria en la cabina de mi barco.

 

Aplaca Señor mis miserias, levántame del fango y empuja mi barco hasta el lago de tus misterios. Acompaña mi soledad de aparecido y fúndeme con la niebla que avanza lento hacia tus valles de agua mansa.

Dame la gracia de los peces y las aves; dame la gracia de volver al vientre que me anidó y dónde volveré a desovar la vida. Amén