Es mi último atardecer en los silencios de mis arenales que ahora quedan atrás; he vencido la pesadumbre de los pantanos en medio de la furia del viento. Mi piel está gruesa y áspera y me encomiendo a Dios y su misericordia.
El aire se enfría cada vez que mis remos penetran en el agua y el cauce queda atrás abriendo paso al lago profundo. Cada vez es más difícil remar y ya no existe tras de mí el faro; ahora me alejo de él y es el horizonte y el sonido de las olas que me dicen que existo en esta inmensidad.
Escribo esta plegaria en la cabina de mi barco.
Aplaca Señor mis miserias, levántame del fango y empuja mi barco hasta el lago de tus misterios. Acompaña mi soledad de aparecido y fúndeme con la niebla que avanza lento hacia tus valles de agua mansa.
Dame la gracia de los peces y las aves; dame la gracia de volver al vientre que me anidó y dónde volveré a desovar la vida. Amén
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